sábado, mayo 14, 2011

Club de mentirosos. 1 de 3.

15 de diciembre de 2010

Sentado en la mesa de una fonda en una escondida reserva ecológica ubicada en los extremos del estado de México y pocos kilómetros del santuario de la mariposa monarca en Michoacán, estoy yo tomando café y escuchando a la indígena (dueña de la fonda) originaria de Patzcuaro, contándome la historia de su vida.


 


 

Pensé que la vida no podía ser más monótona para alguien que no sea yo. En el último mes he tenido un reacomodamiento de personalidad, una bipolaridad oscilando cada 12 horas. Monotonía y euforia. Falta mucho para definirme como persona, es una ruleta girando demasiado rápido y no sé donde vaya a parar esto, si seré lo que la sociedad espera o seré el monstruo que excita y da miedo. Estaba yo en que pensaba que la vida no podía ser más monótona hasta que llegue aquí, por causas del servicio social de la universidad, para hacer el trazo de una tubería que debiera llevar agua de un manantial a una comunidad rezagada. Desde hace cinco días no he visto ni señas de una televisión, su sistema eléctrico es generado por celdas solares instaladas en la azotea de la cabaña. Sin embargo, parecen estar a gusto, en medio de la nada, donde no hay señal de celulares. La señora que nos alimenta (a toda la brigada con la que vengo acompañado) es una persona amigable, pero con rasgos fuertes, ha tenido que enfrentar muchas cosas, platica ella desde su comal y parece ser cabecilla de alguna organización comunitaria. Pero estaba en que la vida aquí sí que es monótona y todo parece girar en torno a dos cosas: preparar comida y esperar a que alguien venga a comprar esa comida; hasta ahorita se me vino a la mente una pregunta chistosa: ¿Qué sería de esa comida si nosotros no estuviéramos asignados a comer con ella todos los días?

¡Momento! La señora esta platicándome en estos momentos otra de sus aventuras, mientras yo termino mi taza de café y ella saborea su plato de huevo en salsa: cuenta que tuvo que levantar un muerto en medio del pueblo, porque ninguno de los machos ahí presentes se atrevían a levantar a un decapitado que apareció de la nada y en pleno atardecer en medio del kiosco. Esto me hace pensar seriamente en olvidarme de mi misoginia.